China ya fue y no volverá
En las últimas tres décadas, las élites económicas chilenas se han acostumbrado a confiar en China, un socio comercial que pasó de ser insignificante a transformarse en el motor del crecimiento, no sólo en nuestro país sino también en gran parte de América Latina, África, Australia y cualquier entidad que concentre sus exportaciones en materias primas. Año tras año, China ha desafiado las expectativas y ha mantenido un ritmo de crecimiento sostenido, beneficiando a gran parte del mundo en desarrollo. Por desgracia, para nosotros, este modelo de desarrollo parece haber llegado a su fin.
Las señales son múltiples: la fuerza laboral china está disminuyendo, el histórico auge inmobiliario ha estallado y el sistema de comercio global que facilitó el ascenso de China se está fracturando. Esto se establece contra un telón de fondo donde la confianza del consumidor está disminuyendo, las presiones deflacionarias están aumentando y el espíritu emprendedor, que una vez prosperó bajo políticas de mercado más predecibles, ahora está bajo asedio por un entorno regulatorio impredecible, donde prima la “seguridad” en vez de la generación de riqueza.
¿El problema? Nuestra élite todavía no ha querido aceptar dicha realidad. Las conversaciones en los directorios de Sanhattan todavía tienen un tono de esperanza ante un potencial repunte de la segunda economía del mundo. Los directores de las principales empresas del país, que crecieron con el auge de China como constante, todavía no han comprendido que el modelo de desarrollo en dicho país está cambiando, y sus resultados son impredecibles.
El presidente Xi Jinping está liderando un giro estratégico hacia el cultivo de “nuevas fuerzas productivas” a través de inversiones estatales masivas en sectores de fabricación avanzada y tecnología, que, aunque visionario, subraya un descuido del crecimiento impulsado por el consumidor y no aborda las vulnerabilidades inmediatas. Esta estrategia, que apunta a superar y dominar en las industrias del futuro, requiere una escala inmensa de inversión y dirección estatal, dejando de lado el consumo y la dinámica del comercio internacional que una vez impulsó el crecimiento económico de China y, por extensión, del mundo.
Para países como Chile, esta reorientación significa la disipación de la esperanza de un nuevo superciclo de commodities liderado por China. A medida que la dinámica del mercado interno chino se aleje de la industria pesada y la construcción, que consumieron vastas cantidades de commodities globales, hacia la fabricación de alta tecnología y servicios, se espera que la demanda de materias primas de países como Chile se modere.
Además, las tendencias proteccionistas emergentes a nivel mun dial y la posible reorientación del enfoque de exportación de China, alejándose de las potencias tradicionales hacia las economías en desarrollo, presentan incertidumbres adicionales. Estos patrones comerciales emergentes pueden no compensar la disminución en la demanda de productos tales como el cobre o el litio.
En consecuencia, si queremos sostener cifras de crecimiento tales como el último Imacec (4,5, es de vital relevancia adaptarnos aun escenario en el que China simplemente jugará un rol distinto para el desarrollo chileno.
Por fortuna, esto no sólo plantea desafíos —reconversión de industrias, búsqueda de nuevos socios comerciales—; siempre existe la oportunidad de aprovechar tendencias emergentes, tales como los amplios subsidios y beneficios tributarios otorgados por las autoridades chinas respecto a estas “nuevas fuerzas productivas”.
Esperemos que en Sanhattan estén escuchando y no se queden con la ilusión de la China de los 2000, que ya se fue y no volverá.