Autoridades performáticas
Curioso fenómeno vive Chile, con autoridades que reducen el ejercicio de la política a la puesta en escena. Lo hemos presenciado con Irina Karamanos y su rol como primera dama. Poca gestión, pero se siente satisfecha con un acto simbólico para ella misma y sus seguidores. También en parlamentarios: basta con recordar a Diego Ibáñez que, en medio de una discusión legislativa relevante para su Gobierno, decide protestar junto a estudiantes en las afueras del Congreso –como si todavía fuese dirigente estudiantil–.
La lista de actos performáticos, en realidad, es bastante grande: el ministro Montes y su parlante, el diputado Manouchehri y la flor con la foto de Salvador Allende en el pecho, Irací Hassler con sus llamados refugios climáticos –dispensadores de agua– y un largo etcétera.
El pasado domingo se sumó a la lista la alcaldesa Macarena Ripamonti, quien durante el desarrollo del Festival de Viña, decidió mostrar un cartel que señalaba: “Ley de incendios ¡Ahora!”. Un nuevo acto performático mientras la comuna que lidera, o al menos una gran parte de ella, yace bajo los escombros por una de las mayores catástrofes en nuestra última década. Y es curioso porque la alcaldesa ni siquiera disponía de un plan municipal para la prevención de emergencias que estuviese aprobado por Senapred. De hecho, fue presentado en dos ocasiones por la municipalidad: la primera, rechazada incluso por plagio –en buen chileno, por haber usado Ctrl C y Ctrl V–. Pero allí está la alcaldesa con un cartel queriendo promover un proyecto de ley, incluso en contra de su propio Gobierno.
La performance es utilizada en los políticos por diferentes razones, pero quizás la más común es para evadir responsabilidades y ocultar la falta de capacidades para resolver problemas. Explicado en simple: el plan de emergencia para los incendios depende exclusivamente de su gestión, ergo, implica trabajar y rendir cuentas de ese trabajo. Lo mismo con el plan de evacuación para incendios, del que tampoco disponía su municipio al momento de producirse la catástrofe.
Ripamonti, a través de la performance, terceriza su responsabilidad a una ley inexistente, que más encima adolece de evidencia para legislarse. Como si por su aprobación, fuesen realmente a desaparecer los incendios provocados con intencionalidad. Emplea una consigna vacía para construir un culpable, ¿inmobiliarias?, en vez de demostrar un plan de trabajo para los damnificados y asumir responsabilidades previas por no haber dispuesto de un plan preventivo para la comunidad que le ha tocado liderar.
Quizás la performance, cuando no se ejerce el poder, resulta más atractiva: protesta en contra de aquellos que serían “poderosos” –si se utiliza la jerga progresista–. Lo mismo cuando se está en tiempos de prosperidad. En contextos así se camufla lo performático como una expresión de creatividad, de hecho, por eso es recurrente que se utilice en las llamadas “culturas woke”.
En cambio, cuando las cosas están mal, deja de ser divertido o gracioso, pues se concibe como una frivolidad. Se espera que, quienes asuman un cargo, dispongan de la mínima capacidad para resolver los problemas de la gente y rendir cuentas de ese trabajo, no de jugar al activismo.