Simce y la adoración de las cenizas
En medio de los problemas que achacan a la educación en Chile, el ministro de Educación señaló que los recientes resultados del Simce 2023 constituyen una noticia esperanzadora, por cuanto serían sintomáticos de una recuperación.
Aunque así pareciera, las alzas experimentadas en los puntajes distan de cargar con tanto optimismo, pues si bien pueden constituir el inicio de una tendencia al alza después de diez años de estancamiento que se vieron agravados por una pandemia, estos siguen siendo muy bajos como para celebrarlos.
A su vez, no es posible aseverar que son prueba de que se haya experimentado un aumento sustantivo de estudiantes que pasaron de tener niveles insuficientes a un nivel adecuado de aprendizajes, que es el mínimo esperable para los respectivos cursos.
Desafortunadamente, la esperanza que busca entrever el ministro resulta igual de vana que tapar el sol con un dedo. Y es que la situación que enfrenta la educación pública chilena asoma cada vez más desalentadora.
Aunque lo que está sucediendo en Atacama se ha volcado como símbolo de esta crisis (37% de los colegios públicos de la región no han podido iniciar el año escolar), la situación se extrapola al resto del territorio, afectando a cientos de establecimientos y miles de familias.
Deficiencias en infraestructura (la situación del Liceo 1 da cuenta de la gravedad de esto), falta de cupos y escolares sin matrícula son brotes de una pandemia que aún persiste: la de un sistema educacional que muestra severas fallas en su gobernanza y administración.
No deja de ser paradójica la situación del Gobierno en este respecto: el mismo carburante que inflamó sus discursos hoy asoma como un cuerpo dejado y desahuciado. Más que mal, fue sobre dicho sistema y sus males que articularon su identidad política, erigieron su bandera de lucha, embadurnaron sus críticas y elevaron pancartas.
Sus ideas, que tomaron forma y rostro con la reforma educacional del 2017, estaban llamadas a revitalizar y depurar dicha arquitectura, fumigándola de todo resabio dictatorial y privatizador.
El presente, y a dos años de haber llegado al poder, deja caer la constatación de su fracaso. ¿O es posible, acaso, reivindicar la “justicia social” como valor central de su quehacer político, si la educación, ese motor primordial de todo progreso, queda relegada y descuidada?
¿Es factible convertir en sentido común sus convicciones y los puntos de vista que constituyen su doctrina si la principal idea que los llevó a encumbrarse hoy se desmorona a pedazos?
Este es, me parece, el gran desafío que se presenta para el Frente Amplio y su batalla cultural: pues de no lograr revitalizar el fuego de sus ideas (y en educación esto se palpa cotidianamente), quedarán condenados -así como el Partido Comunista- a la adoración de sus cenizas.
Peor aún, el problema de esta catarsis es que supone el reconocimiento de la propia ignorancia y de las fallas estructurales que hasta ahora sus políticas han presentado. Mientras este ejercicio no se realice, la tragedia seguirá siendo de todos, pero especialmente de quienes hoy están viendo afectado su proceso de formación y desarrollo: a ellos no se les puede responder mañana.
Ellos se llaman Ahora, como dijo Mistral.