Arquitectura Anormal para un Problema Común
En el libro “Habitaré mi nombre”, publicado el año 2022, el arquitecto Smiljan Radic desarrolla una respuesta a la pregunta ¿Vivienda Digna?, abordando un problema común que lamentablemente se ha mantenido por décadas en nuestro país. En el escrito, Radic comenta: “efectivamente vivienda digna tiene que ver con estándares mínimos aceptables: superficie, iluminación, soleamiento, accesibilidad, infraestructura en sus alrededores, etc. ¿Y después de eso? ¿Después de haber cumplido con todo eso y haber llenado la guata del déficit? Después deberemos diseñar un lugar “donde caerse muerto”. Sí, algo tiene que ver esa frase con la idea de propiedad, pero también – y antes que eso – con cierta pertenencia más allá de la propiedad.”
El arquitecto concluye: “La vivienda depende efectivamente de la dignidad de trato para con sus habitantes. Nada más fundamental y, al mismo tiempo, menos estándar. Se quiera o no, esta razón obliga en un futuro próximo a experimentar otras posibilidades. (…) El problema no es solo estructural, sino también particular, no digitalizado… uno a uno, si se pudiera. (…) Parece ser que en este momento amable y deficitario debiera florecer irremediablemente una arquitectura anormal.”
A fines de la década de los 60´ se construyó Villa la Reina, un conjunto habitacional liderado por el Alcalde de la comuna de la Reina, y arquitecto, Fernando Castillo Velasco. Este proyecto fue paradigmático en Latinoamérica convirtiéndose en el primer proceso participativo de autoconstrucción asistida. Es decir, el arquitecto guió un proceso en que los habitantes se organizaron y trabajaron en la construcción de sus propias casas. Como resultado, se desarrollaron más de 1.500 viviendas y se logró un fuerte arraigo barrial, no sólo por la construcción de sus casas, sino, también por el reconocimiento de una comunidad y la definición de una identidad colectiva.
La oficina ELEMENTAL, dirigida por el arquitecto Alejandro Aravena, desarrolló el conjunto de viviendas de Quinta Monroy en Iquique, a inicios del 2.000. Quinta Monroy era una toma en el centro de la ciudad, sin embargo, la primera decisión fue formalizar la ocupación del suelo radicando a sus habitantes a través de la compra del terreno. Esto permitió una serie de beneficios por ubicación, desde cercanía a sus trabajos y a servicios básicos, hasta el aumento de plusvalía en el tiempo. Dado el alto costo del terreno, en comparación a un terreno en la periferia, el presupuesto para la construcción disminuyó, por tanto, se diseñaron viviendas más pequeñas abordando lo más costoso de una casa (instalaciones y estructura) y dejando un vacío contenido entre casas que permitió que los propietarios pudiesen ampliar sus viviendas de manera segura y controlada, y con ello, también construir “a su gusto”, definiendo una identidad.
Ambos casos, Villa la Reina y Quinta Monroy, propusieron, en distinta época, una arquitectura “anormal” para un problema común. Y si bien no son una única respuesta, o bien, puede ser difícil de implementar, garantizaron una cosa fundamental en una vivienda digna, que es el sentido de pertenencia de sus habitantes.
La región del Biobío es la tercera región con mayor déficit de vivienda en Chile, con desafíos asociados a la construcción de un volumen considerable de casas, superior a las 50.000. Y si bien, aún no podemos resolver de manera consistente lo primero que plantea Radic respecto a garantizar la vivienda, ello no significa no avanzar sin esa dimensión de pertenencia y también de pertinencia, que nos obliga, ante la escasez de recursos económicos, exaltar los recursos creativos. Y que ojalá los habitantes de nuestra región no tengan que mirar el número de la puerta para identificar la propiedad y no confundirla con la del vecino, sino, que logren identificar naturalmente SU lugar.