El mito del socialismo y la desigualdad
En vísperas del 50 aniversario del golpe de Estado, la coalición del Frente Amplio y el Partido Comunista, liderada por el Presidente Gabriel Boric, ha instalado la idea de que el socialismo de Salvador Allende es preciso para reducir la desigualdad y la injusticia. El Mandatario dijo en su momento que «ese intrínseco valor que le otorgaba Salvador Allende a la democracia en el proyecto socialista es algo que rescatamos y reverbera hasta el día de hoy». Sin embargo, merece la pena reflexionar sobre si el socialismo puede reducir la desigualdad y la injusticia o, por el contrario, no es más que un mito. Comprender qué es el socialismo y sus efectos en la sociedad es esencial para aprender de los errores del pasado y construir un futuro mejor.
En el Manifiesto del Partido Comunista (1848), Marx y Engels explican que su sistema puede resumirse en una frase: «la abolición de la propiedad privada». Según los autores, el control colectivo de los medios de producción facilitaría una «armonía de los intereses». En este sentido, Marriam-Webster (2023) define el socialismo como un «sistema o condición de sociedad en la que los medios de producción son propiedad del Estado y están controlados por éste».
En 1920, el economista Ludwig Von Mises publicó su pionero artículo «el cálculo económico en el sistema socialista», explicando la imposibilidad de lograr una armonía de intereses colectivos sin propiedad privada. Y es que sin propiedad privada (la posesión y control de las personas sobre su cuerpo, su mente, sus actos y sobre el resultado de los intercambios voluntarios que de ellos se deriven) no puede haber mercado (intercambios voluntarios de derechos de propiedad).
Sin mercado no puede haber precios (registros históricos de intercambios voluntarios) y el cálculo económico es imposible (estimación en unidades monetarias del resultado de distintos planes de acción, e.g., la contabilidad y las expectativas). En pocas palabras, sin propiedad privada, la coordinación social (y economización de recursos) es imposible. Por lo tanto, los conceptos de «socialismo de mercado» o «planificación económica centralizada» son un oxímoron, porque 1) el socialismo es la abolición del mercado; y 2) el órgano de gobierno socialista no puede planificar en el verdadero sentido del término.
La estrategia de desarrollo del gobierno de Salvador Allende (1970-1973) ilustra la imposibilidad del cálculo económico bajo el socialismo. Por un lado, las políticas fiscal y monetaria expansiva generaron un auge en 1971 basado en el gasto deficitario financiado con emisión monetaria a costa de una crisis financiera en 1972 y una recesión económica en 1973. Por otro lado, las expropiaciones masivas sin indemnización, los controles de precios y salarios, las restricciones al comercio internacional y la violencia incontrolada desencadenaron la rápida transición del auge a la recesión mediante una brusca caída de la demanda de dinero: el repudio de la moneda como depósito de valor, unidad de cuenta y medio de cambio. En conjunto, la estrategia de Allende dinamitó la propiedad privada y, por tanto, el cálculo económico y con ello los incentivos para ahorrar y emprender, los dos factores básicos del desarrollo económico. Esto anticipó la caída del PIB de -5,6%, la hiperinflación de 606% y el déficit fiscal de 11% del PIB, con pobreza y escasez generalizadas en 1973 -la inflación alcanzó 1.000% en agosto de ese año, un mes antes del golpe de Estado-.
Independientemente del líder del órgano director, la reducción de la desigualdad y la justicia es imposible en el socialismo. La teoría económica y la experiencia del gobierno de Salvador Allende demuestran que el socialismo puede, en el mejor de los casos, generar 1) un crecimiento espurio a costa de aumentar los desequilibrios macroeconómicos; y 2) reducir la desigualdad empobreciendo a la sociedad mediante injusticias como la confiscación arbitraria de la propiedad privada. En resumen, el problema no es el chef, el problema es la receta.