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UDD en la Prensa

En busca de la eterna juventud

 Sofía Salas Ibarra
Sofía Salas Ibarra Profesora Titular, Centro de Bioética, Facultad de Medicina

En la reciente final de tenis en Wimbledon, mientras algunos se sorprendían con el magnífico juego entre Alcaraz y Djokovic, otros reparaban en la apariencia física de Brad Pitt, quien, a sus 59 años, luce un aspecto muy juvenil. Según algunos medios internacionales, todo esto sería gracias al ejercicio físico, que Pitt practica de manera regular, pero otras voces sugieren que es producto de terapias de rejuvenecimiento. 

Un artículo publicado este julio en The Wall Street Journal, da cuenta del floreciente negocio de clínicas que prometen ayudar a vivir más y mejor. Algunas de sus recomendaciones aparecen razonables, tales como tener una rutina diaria de ejercicios, comer sano, bajar de peso, restringir el alcohol y la ingesta de carnes rojas y no fumar. Otras terapias son más discutibles, ya sea porque no están basadas en evidencia científica alguna o porque pueden producir daño. Un ejemplo de esto es el caso del empresario Bryan Johnson, quien ha gastado una fortuna en terapias no validadas; creyendo que inyectarse plasma joven contribuye a evitar el paso del tiempo, ha utilizado a su hijo de 17 años como donante de sangre para retrasar su envejecimiento. Diversos artículos de prensa dan cuenta que este magnate, de 45 años, tendría a un equipo de más de 30 médicos trabajando para retrasar su reloj biológico (El Confidencial, enero 2023).

Pero el caso de Johnson no es excepcional. Son muchos los científicos que han sido reclutados por empresas de biotecnología para, cual modernos Heródotos, logren descubrir la “fuente de la eterna juventud”. En un trabajo publicado este mes en la revista Aging, científicos liderados por David Sinclair informan que un cocktail químico ayudó a revertir el envejecimiento en pruebas de laboratorio en ratones, los que en una semana lograron rejuvenecer células en distintos tejidos, sugiriendo que no sólo se puede retardar el envejecimiento, sino que también es posible lograr cambios que revierten la edad biológica de un individuo. Cuando estos hallazgos sean validados en seres humanos, darán un nuevo impulso a una industria que mueve billones de dólares y que se espera siga creciendo.

En principio, sólo queda celebrar esos logros científicos y esperar que pronto puedan ser utilizados en la clínica, para así borrar las huellas que el paso de la edad va dejando en los distintos órganos y tejidos. Pero la mera idea de una vida extremadamente longeva tiene importantes cuestionamientos éticos, no sólo sobre la conveniencia de tal vida, sino también por el significado para nuestra comprensión de nosotros como humanos y de nuestra propia mortalidad.

Por ahora, me gustaría señalar algunos problemas. En primer lugar, estos avances aún no han sido validados mediante ensayos clínicos bien controlados en humanos; en segundo lugar, existe una agresiva campaña por parte de clínicas que promueven estas supuestas terapias, sin claridad respecto de sus riesgos y, en tercer lugar, es importante considerar los impactos sociales de estas terapias, para los individuos presentes y futuros y para la especie humana en su conjunto. Puesto que, a fin de cuentas, mientras los más aventajados invierten millones en su “eterna juventud”, serán los más pobres quienes tengan que seguir trabajando para sostener la vida social. Además, “una vida extremadamente larga podría disminuir el significado de las elecciones que hacemos y la belleza que experimentamos” (Kass, 2003).

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