Desprolijidades sobre la paridad
Hasta la fecha, la discusión sobre la paridad se ha llevado a cabo en Chile con la mayor de las desprolijidades. La primera es que se la ha asimilado a la representación numérica de mujeres y hombres. Sin embargo, la paridad es un principio general, de carácter cualitativo, que apunta a que las mujeres sean tratadas como pares. Por lo mismo, es un error reducir la paridad a un mecanismo electoral. Y aun si se la toma en este sentido, no necesariamente equivale a la paridad de salida, que es lo que defienden académicas como Julieta Suárez-Cao y Javiera Arce-Riffo.
De hecho, no existe ninguna democracia avanzada en el mundo que posea un sistema de paridad de salida. Aunque es verdad que no se trata de sistemas paritarios en sentido cuantitativo (de 50%), algunos casos de países que reservan escaños en favor de las mujeres son Bangladesh, Burundi, China, Yibuti, Eritrea, Jordania, Kenia, Marruecos, Nigeria, Pakistán, Ruanda y Samoa.
Y esto nos lleva a una segunda desprolijidad, que consiste en negar que la paridad de salida sea un tipo de escaños reservados para mujeres. Si al lector el asunto le merece dudas, pregúntese cómo llamaría a un sistema que asegura asientos en una elección. ¿Escaños eventuales? ¿Aleatorios? Quizás a Suárez-Cao y Arce-Riffo les incomoda admitir que defienden escaños reservados, pero harían bien en admitir que eso es lo que hacen, en aras de la claridad de la discusión.
La tercera desprolijidad, muy vinculada a la anterior, es que al momento de defender la paridad de salida las académicas citadas (entre otras) emplean los argumentos que la literatura internacional utiliza a favor de las cuotas de candidaturas o de la paridad de entrada. Y aunque nunca previenen al lector de este “giro argumentativo”, la paridad de entrada y la de salida son muy diferentes. Mientras la primera busca atacar las condiciones estructurales de la discriminación de las mujeres en la política, especialmente en el seno de los partidos, la segunda simplemente apunta a asegurar asientos para las mujeres.
Por esta razón, mientras la paridad de entrada es perfectamente compatible con la representación formal, la segunda es un ejemplo de lo que podríamos llamar “representación corporativa”, cuya idea subyacente es que solo los miembros de un determinado grupo pueden y deben representar a los miembros de ese grupo. El problema del esencialismo presupuesto en esta concepción de la representación es, dicho rápidamente, que conduce a una sociedad estamental, incompatible con la libertad individual y la democracia moderna.
La objeción no es, por tanto, como cree Arce, que “las mujeres no representan bien a las mujeres”. La objeción es otra, más profunda, y tiene que ver, además, con el hecho de que en una democracia los representantes deben serlo no solo únicamente de sus presuntos electores o grupos de interés, sino de toda la ciudadanía.
Una última desprolijidad consiste en aludir al tiempo estimado que tomaría alcanzar la paridad participativa en el mundo para argumentar a favor de la paridad de salida en Chile. Porque, claro, son 130 años de tiempo estimados para el mundo, lo que incluye, como es obvio, a los países musulmanes y a muchas otras sociedades muchísimo más patriarcales que la nuestra.
Esta desprolijidad, además, se vincula al argumento de la supuesta falta de éxito de las cuotas de candidaturas. Por ejemplo, Suárez-Cao dice (en “El Mercurio” del 7 de julio pasado) que “recién en el 2021 las mujeres superaron el 25% de la Cámara”. Pero la verdad es que esta cifra fue de un 35,5%, una cifra muy buena respecto del 22,6% de 2017. Y, en este sentido, la experiencia internacional muestra que, al cabo de dos o tres procesos electorales, los países que poseen cuotas con sistema “cebra” o de intercalación de candidaturas (e idealmente, además, con encabezamiento de las mujeres) superan el 40%, lo que de acuerdo a los estándares de derechos humanos ya se considera paridad. Los casos de México (48,2%) y Argentina (40,9%) son ejemplos cercanos al de nuestro país.
Un último punto: muchas de las dificultades que enfrentan las mujeres y a que se refiere Arce son reales. Pero de ello no se sigue, como es obvio, que puedan o deban remediarse con la paridad de salida. La insistencia en la paridad de salida como remedio recuerda el dicho: “a quien tiene un martillo, todo le parecen clavos”. Pero en fin, las desprolijidades de ese argumento deberán quedar para otra ocasión.
Columna escrita por Felipe Schwember Augier, profesor investigador de Faro UDD y Valentina Verbal, historiadora.