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UDD en la Prensa

La ética en Oppenheimer

 Sofía Salas Ibarra
Sofía Salas Ibarra Profesora Titular, Centro de Bioética, Facultad de Medicina

El cine es una fuente inagotable para estimular la reflexión ética, independiente de si la obra está basada en una ficción o en hechos de la vida real. Un ejemplo de esto es “Oppenheimer”, cinta basada en la novela “Prometeo Americano: El triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer”, biografía del físico teórico escrita por Kai Bird y Martin J. Sherwin.

El filme será estrenado comercialmente a mediados de julio, cuando se celebre el 78º aniversario de la primera detonación de un arma atómica realizada en Los Álamos (Nuevo México). En la reseña del libro, se da cuenta del cambio experimentado por Oppenheimer, director del proyecto Manhattan, quien luego de ver los alcances destructivos de la bomba decidió luchar en contra de la guerra nuclear, abogando por el control internacional de las armas nucleares. Fue considerado comunista y sospechoso de ser espía de la Unión Soviética, siendo perseguido por el FBI, le intervinieron los teléfonos y le prohibieron cualquier función pública. Recién en el año 1963 el Presidente Kennedy lo rehabilitó ante los ojos de EE.UU. y el mundo entero.

A Oppenheimer se le atribuye la célebre frase, cita de la escritura hindú de Bhagavad-Gita, dicha después de presenciar la primera prueba exitosa de la bomba atómica en Nuevo México: “Soy la muerte, el destructor de mundos», la cual se ha convertido en un símbolo de los dilemas éticos relacionados con la creación de la bomba atómica. Hasta el día de hoy, muchos se preguntan si fue necesario arrojar la bomba Little Boy sobre la población indefensa de Hiroshima y, pocos días después, la bomba Fa tMan sobre Nagasaki, ocasionando la muerte directa de algo más de 200.000 personas.

Mientras algunos consideran que la ciencia es moralmente neutra, por lo que los científicos no debieran preocuparse de los usos futuros de sus descubrimientos, otros consideramos que sí son responsables de prever las consecuencias futuras de sus hallazgos, especialmente cuando éstos se pueden anticipar, como es el caso de la bomba nuclear.

En el caso de Oppenheimer, existe una evidente tensión entre el deber del científico que ha sido contratado para una labor específica y la ética de los resultados previsibles de su descubrimiento. Algunos han justificado la necesidad de lanzar la bomba atómica para dar así término a la Segunda Guerra Mundial, puesto que con esto se habrían ahorrado más vidas. Otros científicos de la época (como Robert Wilson, Joseph Rotblat e incluso Bohr), comenzaron a manifestar preocupación ética respecto de los objetivos finales del proyecto, que se alejaban de la necesidad de derrotar a Alemania y se acercaban al deseo de “ganarle” a los rusos la carrera por el control nuclear. Como han señalado otros autores, es difícil determinar si la responsabilidad primaria es de los que desarrollaron estos medios de destrucción masiva o de aquellos que decidieron usarlos, pero parece insoslayable el papel que los científicos tuvieron en crear armas de destrucción masiva.

Tal como en su momento reflexionó Edmund Husserl, la ciencia ha sido siempre un factor moral, contribuyendo a la humanización e ilustración de la cultura humana, a la realización de la idea de los seres humanos como ciudadanos razonables de una sociedad humana. Pero, en la era de la física cuántica, precisamente por lo exitosa de la investigación científica, se ha convertido en una amenaza para la civilización. Ha quedado en evidencia, una vez más, que ni la ética ni la política humanas son capaces de “dominar el poder tecnológico desatado por la ciencia”. En su discurso de despedida a los científicos de Los Álamos (noviembre 1945), Oppenheimer señala: “No podemos olvidar nuestra dependencia de nuestros semejantes. Me refiero no sólo a nuestra dependencia material, sin la cual ninguna ciencia sería posible, y sin la cual no podríamos trabajar; me refiero también a nuestra profunda dependencia moral, en el sentido de que el valor de la ciencia debe estar en el mundo de los hombres, en el que están todas nuestras raíces”.

A fin de cuentas, de poco vale una ciencia que vaya en contra del futuro mismo de la humanidad.

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