¿Pasó el momento constituyente?
A principios de este siglo, economistas como Celso Furtado intuían que se estaba incubando una crisis de grandes proporciones. Aunque reconocían que su naturaleza y el cómo deberíamos enfrentarla se les escapaba, eran capaces de identificar algunos puntos relevantes sobre sus posibles causas y efectos. Entre estos, destacan la concentración del poder económico como una consecuencia inevitable de la globalización, el debilitamiento de los Estados nacionales, y una sociedad civil desencantada y, por lo tanto, apática.
Estos fueron algunos de los elementos para que, 20 años después, se desencadenara una tormenta perfecta en Chile y en el mundo, transformándose sus predicciones en realidad.
Como sabemos, las tensiones sociales comenzaron a ser cada vez más fuertes, y fuimos testigos del resurgimiento de grupos atrincherados en sus propios problemas y/o ideales. Estos grupos se ubicaron más bien a los extremos del espectro económico y político. Los demás, el amplio centro, no fuimos capaces de dar una solución al asunto, y comenzaron las preguntas sobre nueva Constitución, nuevo modelo, nuevo Chile. Preguntas que aún no encuentran respuesta.
Así las cosas, la búsqueda de soluciones tiene al mundo, y en particular a nuestro país, entrampado en un círculo vicioso del cual no sabemos si vamos a salir. Sin embargo, mirar el pasado y estudiar a los especialistas podría darnos algunas luces.
La historia nos muestra que sin un poder político claro y decidido, es difícil avanzar. Para bien o para mal, de la inercia se sale sacudiendo las bases. Por esto, necesitamos autoridades fuertes (no autoritarias), a las que no les tiemble la mano cuando deben tomar decisiones que pueden ser impopulares, como combatir el terrorismo en La Araucanía. Es decir, nuestros líderes deben entender que no están en el servicio público para ser más queridos o aumentar sus seguidores en Twitter. Están ahí porque los electores hemos confiado en su vocación de servicio a la comunidad. Nada más.
Por otra parte, del estudio de profesores como Acemoglu y Robinson podemos observar cómo la política económica determinada, y aplicada, por la clase política, es el principal factor que influye en la prosperidad de un país. Esto es así desde tiempos inmemorables, pero es más evidente en los últimos 200 años.
Además, la velocidad de los avances tecnológicos y de la conectividad a través de internet y las redes sociales, requiere que las instituciones políticas y económicas sean robustas e inclusivas, que la Constitución garantice el derecho de propiedad, permita la estabilidad macroeconómica y promueva el desarrollo de una economía de mercado profunda y regulada.
En un escenario en el que la inflación no cede, en el que la UF y el dólar siguen bastante desatados, los políticos discuten reformas tributarias y previsionales, tratando de calmar los síntomas de una enfermedad que se ha descontrolado. Sin embargo, la pregunta por el modelo político y económico sigue plenamente vigente.
Aunque es cierto que estamos todos cansados y desgastados, niños, adolescentes, adultos, padres, madres, educadores, autoridades, personal de la salud, etc., después de 3 años de proceso constituyente, no podemos simplemente rendirnos. Si lo hacemos, nuevamente nos habrá ganado la desidia y la apatía. Para entrar en un círculo virtuoso y romper el ciclo, necesitamos autoridades con convicción y decisión, que reconozcan que Chile quiere democracia, estabilidad y un sistema económico de mercado profundo, basado en la libertad y que encuentre sus límites y contrapesos en un Estado regulador. Porque si hay una cosa que los chilenos tenemos clara, es que pretender igualdad sin bienestar económico no es más que una utopía.
Por estas razones, dar un cierre al momento constituyente no es solo una promesa de campaña del Rechazo. Es también una necesidad y la clase política debe satisfacerla.