La paradoja de Banksy
El fin de semana visitamos con mi familia la espectacular muestra de Banksy en el centro cultural GAM. Como era de esperar de este personaje anónimo y uno de los más influyentes artistas urbanos del mundo, la muestra hace un recorrido por reproducciones de sus principales obras e intervenciones urbanas. Cubriendo desde el grafiti, esténcil, instalaciones y hasta un parque temático, todas cargadas de sarcasmo, humor, crítica política, recordándonos que para Banksy la ciudad y el espacio público son el lienzo donde su arte efímero, clandestino y rebelde provoca conflictos virtuosos así como regalos azarosos a la experiencia urbana.
El creciente interés por Banksy y el arte urbano evidencia el cambio epistemológico que está ocurriendo en el mundo del arte contemporáneo, que impulsa la percepción de lo público como un campo que es hoy redefinido y desafiado por la exacerbada privatización -u ocupación violenta- del espacio que, al mismo tiempo, es percibido con una nueva actitud: la activa apropiación ciudadana de ese espacio. Apropiación que se observa en las movilizaciones y marchas masivas, la puesta en relevancia de espacios residuales por skaters, cultores del K-Pop y otras tribus urbanas, así como acciones de urbanismo táctico, como “malones urbanos” o “plazas de bolsillo”.
En este ejercicio, la atención del espectador abandona rápidamente la zona de confort de galerías y museos para enfrentar la compleja red contextual de efectos, eventos y acciones que invaden el medio ambiente construido.
Es aquí donde se produce la paradoja de Banksy -y tal vez la razón por qué el artista no ha validado esta exposición: la muestra se aísla de su contexto urbano inmediato por medio de una cómoda carpa, que, irónicamente, se emplaza en pleno barrio Lastarria, uno de los sectores más vandalizados y violentados durante el estallido social y la pandemia. El problema es que al salir de una exposición de grafitis, nos encontramos con un barrio rayado, grafiteado, “tageado” y sucio; en que comerciantes y vecinos viven aterrados por los saqueos, incendios, vandalismo y descontrol de grupos antisistémicos que, majaderamente, todos los viernes ven en la violencia un propósito de vida.
Si bien las fracturas cruciales que intensificó el estallido también han visibilizado a artistas locales como Delight Lab, las Tesis o Caiozzama, para quienes la ciudad presenta oportunidades de intervenir y generar la necesaria denuncia, pausa y promover la contemplación, su arte hoy se pierde en el bosque de rayados, groserías o basura predominante en el centro de Santiago. A diferencia de Banksy, en lugar de alterar el orden establecido, sus acciones se pierden o suman al caos visual, social y simbólico de una ciudad que ha sido abandonada a su suerte, donde se ha perdido el valor del patrimonio y lo colectivo.
Si el arte urbano ha logrado penetrar, inundar y cargar de sentido muchos lugares de lo que hoy denominamos la esfera de lo público, esta esfera hoy presenta fisuras donde el arte y la creatividad deben encontrar un lugar y un sentido, partiendo por la recuperación de ese entorno que se quiere poner en valor -o eventualmente desafiar-, para no terminar en la irrelevancia, o paradojalmente encerrado en una carpa.