No cedamos al miedo
No nos confundamos, el deterioro y violencia que viven el centro de Santiago, Valparaíso o Antofagasta desde el estallido social es reversible si las autoridades demuestran coraje y determinación. Reconocer cómo se instaló la violencia, no solo del entorno físico sino también de la convivencia requiere una condena transversal; y muchos que la justificaron, temen hacerlo pese al evidente costo de su permanencia.
La solución no pasa solo por borrar los grafitis de las fachadas, desplegar más carabineros o pretender dialogar con los grupos antisociales que copan estos espacios. Hay que reconquistarlos para la gente, regenerar vida en la ciudad, y que las personas pierdan el miedo de caminar, vivir o visitar el centro.
Muchas ciudades han logrado revertir procesos de fractura, violencia y destrucción desde conflictos más complejos. Barcelona reconstruyó la identidad catalana post dictadura de Franco con un proceso de «acupuntura urbana» y recuperación de espacios públicos de cada barrio junto a la campaña de reencantamiento cívico «Barcelona ponte Bella». Berlín, luego de ser bombardeada y literalmente fracturada con el muro y la Guerra Fría, recuperó sus espacios simbólicos como la Puerta de Brandeburgo, Potsdamer Platz o el Reichstag encarnando la tensión entre el espacio urbano entendido como la plataforma donde se despliega y resuelve el conflicto, o como campo para la democracia deliberativa del consenso y justicia social. Por último, Medellín, ciudad estigmatizada por el infame cartel de la droga, gracias al alcalde Sergio Fajardo y sus sucesores fue reconocida una década más tarde como la ciudad más innovadora del mundo por su plan de «urbanismo social», la articulación de «Obras Civiles con Obras Cívicas», y bajo el lema «Medellín, la más educada: del miedo a la Esperanza» hoy es caso de estudio en cohesión social.
Erradicar la violencia y recuperar la ciudad en Plaza Baquedano, la Alameda y los colegios emblemáticos es un imperativo. Primero, debemos aplicar inteligencia y erradicar a los violentistas. Segundo, invertir decididamente en el rediseño y reconstrucción física de estos espacios, avanzando en el proyecto ganador del concurso de 2014 para una nueva Plaza Baquedano, y convertir la Alameda en un boulevard ordenado y limpio, de amplias veredas, particularmente en su tramo entre Estación Central y Pajaritos. Por último, el éxito del Día de los Patrimonios nos invita a activar estos espacios con eventos culturales y comunitarios que desplacen a los antisistémicos. Imagino campañas de donación masiva de libros para recuperar los cafés literarios de Providencia, o intervenciones de teatro urbano, como la «Pequeña Gigante», que acompañen las acciones físicas de reconstrucción y recuperación.
Muchas ciudades eran lugares maravillosos y grandes ecualizadores urbanos; hoy están abandonados y destruidos por un grupo muy minoritario que claramente tenemos que erradicar, no solamente a la fuerza, sino también de forma simbólica, sin ceder al miedo.