¿El feminismo es solo patrimonio de la izquierda?
¿Es posible declararse como feminista y adherir al modelo “neoliberal”? ¿Es coherente para una mujer (o un hombre) definirse como “de derecha” y a la vez “feminista”? Existen múltiples maneras de formular esta misma pregunta, y otras similares, y todas ellas, sin excepción, son a nuestro juicio, expresiones de machismo, nuevas narrativas patriarcales que definen un feminismo funcional o utilitario a causas diferentes de la emancipación de la mujer. Ese machismo construye el feminismo como un accidente, que no subsiste por sí mismo, y que requiere de una meta superior, a la que sí se le atribuye un carácter sustantivo. Y así se nos repite incesantemente que, para ser tal, el feminismo debe ser antiliberal, ateo, abortista, de izquierda, y de izquierda radical.
Estas visiones, en cuanto limitan y condicionan la validez de la lucha por la igualdad de los derechos de la mujer a una determinada ideología o visión del mundo y la sociedad, no son sino expresiones parciales del feminismo, y aquello es de tal forma evidente, que no puede sino hacernos sospechar de las verdaderas motivaciones de quienes las sustentan. Es hora ya de preguntarnos con seriedad ¿a quiénes defienden estas compañeras, a nosotras las mujeres o al partido? Y, ¿a quiénes están combatiendo, al patriarcado machista o a la economía de mercado?
“La paca no es sorora, la cuica tampoco”, reza la utilización izquierdista de la causa feminista. Se argumenta además que la visión “neoliberal” no puede condecirse con el feminismo, toda vez que impone a la mujer la sobreexigencia de rendir y cumplir por sí sola, en el ámbito laboral y familiar, con el implacable y mezquino individualismo economicista al que los defensores del lucro “nos tienen ya acostumbrados”. Esta narrativa sostiene que es simplemente imposible estar a favor de una economía libre y de los derechos de la mujer.
Esta afirmación es, sin embargo, gravemente falsa y tendenciosa. El machismo y la postergación de la mujer es un fenómeno ancestral, muy anterior a la industrialización y siquiera al nacimiento del modelo capitalista. Aun más, si se tiene algo de honestidad intelectual, y se quiere avanzar hacia un feminismo real y representativo, se deberá reconocer que fue el propio mercado el que comenzó a abrir los caminos de libertad e igualdad en la historia de la lucha de la mujer.
El feminismo hegemónico, subordinado a la izquierda, olvida que el mercado, con su creciente demanda por aumento de mano de obra, su afán de ganancia y penetración de nuevos mercados de consumidores -y todos los propósitos frente a los que algunas rasgan vestiduras horrorizadas- sacó a la mujer de su tradicional rol de madre y esposa, y la lanzó al mundo del trabajo, de lo que se siguió la creciente demanda por la igualdad de sus derechos civiles y políticos, a la acción afirmativa, los derechos reproductivos, etc.
Es efectivo que las elites y sectores de los poderes constituidos asociados a las visiones de derecha han sido reacios en superar sus inconsistencias en materia de adhesión al modelo libre y emancipación femenina. El conservadurismo que ha impuesto su sello en el sector durante las últimas décadas no se ha mostrado especialmente interesado en defender la causa feminista, por cuanto ésta supone reformas y cambios a las estructuras socioculturales vigentes. Esto, sin duda, corresponde a la expresión machista de la visión conservadora.
La izquierda, reformista y contestataria, ha sido más hábil para captar y canalizar las demandas de igualdad femenina desatendidas en el sistema abierto. Sin embargo, ha errado cuando se presta a la deslegitimación del mercado que propugna la izquierda radical, pues con ello socava una institución que ha sido y sigue siendo de vital importancia para la independencia y emancipación de la mujer. Y, en la misma medida en que hace eso, socava además el mismo movimiento feminista, en tanto lo convierte en un apéndice, en un movimiento subordinado de los movimientos de izquierda antimercado.
El feminismo, con cuya narrativa estamos en deuda en Chile y el mundo, no es de derecha, pero no puede, ni debe tampoco, ser de izquierda. Mientras se construye este relato responsable, universal, es hora ya de reivindicar la causa feminista para todas las mujeres y, de paso, ponerle apellido al feminismo de izquierda. Es hora entonces de que las verdaderas feministas dejen de excluir de la causa a las mujeres que piensan distinto en lo político; y que, como toda mujer antifeminista que se somete voluntariamente a una estructura patriarcal, las feministas de izquierda comiencen a firmar sus manifiestos con sus nombres seguidos del apellido del marido al que tributan.