El barrio presidencial
La noticia urbana de estos días ha sido la decisión de Gabriel Boric de establecer la residencia presidencial en una antigua casona del Barrio Yungay, comuna de Santiago.
El inmueble, de más de 500 metros cuadrados y cerca de 13 habitaciones, generó todo tipo de comentarios, partiendo por la discusión sobre si el Estado chileno debiera tener una edificación dedicada a estos fines, como la Casa Blanca en Estados Unidos o 10 Downing Street en el Reino Unido. El último Presidente en residir en La Moneda fue Carlos Ibáñez del Campo, entre 1952 y 1958, pero el Palacio de gobierno no cuenta hoy con las condiciones de seguridad ni espacio para albergar a mandatarios, sus familias y equipos.
En los años ochenta, el general Pinochet llamó a un concurso de arquitectura para una fastuosa casa dedicada a estas funciones en Lo Curro, la cual se construyó, nunca se habitó, y hoy es sede del Club Militar. En 2001, el concurso para la reconversión urbana del ex aeródromo de Cerrillos consideró en sus bases la ubicación de una residencia presidencial, la cual después fue descartada. Así entonces, desde el retorno a la democracia, los presidentes han adaptado sus viviendas particulares o arrendado alguna, siempre en el sector oriente de la capital.
En este contexto, celebro la opción de Boric de residir en un barrio con tradición republicana y que ha resistido fuertes dinámicas de transformación en las últimas décadas. Fundado en 1839 luego del triunfo en la Guerra del Pacífico, y con espacios tan memorables como la Plaza Yungay, el monumento al Roto Chileno o la parroquia San Saturnino, forjó un carácter diverso y plural, donde convivían casonas de familias acomodadas a pasos de cités, pasajes y conventillos, donde se apiñaban humildes campesinos que migraron a la capital buscando oportunidades. En los ochentas, el barrio sufrió dinámicas de deterioro y despoblamiento. Las casonas fueron ocupadas por institutos, clínicas o preuniversitarios; y en los noventa, el «Plan de Repoblamiento de Santiago», con atractivos subsidios de regeneración atrajo a las inmobiliarias que, si bien aportaron nuevos vecinos, pusieron en riesgo su patrimonio urbano. Así surgieron organizaciones para defender el barrio Yungay, con líderes notables como la concejala Rosario Carvajal, movilizándose para que en 2009 el barrio fuera declarado «Zona Típica» por el CMN y creando instituciones como la Escuela Taller Fermín Vivaceta. Hoy el barrio es hogar de miles de inmigrantes, haitianos y peruanos, dando cuenta que su diversidad se mantiene viva, con destinos tan reconocidos como el Teatro Novedades, la Peluquería Francesa o el Espacio la Gárgola.
La decisión de Boric refuerza la de otras instituciones, como el Centro de Artes escénicas NAVE, o la recientemente inaugurada Casona Compañía, donde con un lenguaje contemporáneo que respeta el carácter patrimonial, abren oportunidades para las industrias creativas y el emprendimiento.
Más que una amenaza creo que el Presidente-vecino vendrá a enriquecer y visibilizar al barrio y su rica comunidad, y es de esperar que futuros presidentes hagan lo mismo en barrios como Huemul, Concha y Toro, Franklin o tantos más que al igual que Yungay hace años que están a la altura de ser el barrio presidencial.