Menos horas de trabajo: ¿salud o productividad?
No podemos trabajar menos horas porque somos relativamente pobres en relación a naciones más desarrolladas económicamente hablando. Mayor tiempo de descanso y las consecuentes mejoras en nuestro bienestar deberían ser el resultado del crecimiento económico logrado mediante jornadas más extensas de trabajo en comparación a aquellos países. Si trabajamos menos horas, produciremos menos, se reducirán los salarios, se generará desempleo, nos empobreceremos como nación. Así argumenta una de las dos principales posiciones en el debate sobre reducción de jornada laboral en Chile.
En la posición alternativa se sostiene que menos horas laborales se asocian a una mejora en la salud mental y física de los trabajadores, con impacto positivo en sus relaciones familiares y sociales en general. Y, en una desafiante idea, se postula que la reducción de horas de trabajo podría impulsar la productividad. Urgidos por la necesidad de generar los mismos resultados en menos tiempo de trabajo, las empresas y los trabajadores pensarían en mejoras, rediseños e innovaciones en los procesos productivos. La disposición a aumentar productividad (única manera de producir los mismos resultados en menor tiempo) se apoyaría en una mejorada salud de los trabajadores: menos licencias médicas, menos rotación, menos errores por agotamiento, mayor motivación hacia las labores, mayor compromiso con la empresa.
En este texto no es el caso evaluar el mérito de las posturas en debate, sino destacar algunas ideas a considerar en este tema desde la psicología y la sociología organizacionales.
Nuestra forma de organizar el trabajo está generando daños importantes en la salud mental. Estudios serios en Chile evidencian que jornadas laborales extensas se asocian a mayor prevalencia de sintomatología depresiva severa, más evidentemente en el caso de las mujeres. También de estrés, fatiga, trastornos del sueño y mayor probabilidad de desarrollar enfermedades crónicas como la hipertensión y diabetes. A la jornada vigente de 45 horas semanales se suman tiempos de desplazamiento en las ciudades mayores (dos a cuatro horas diarias) y el hecho de que se trabajan horas extras (pagadas y no pagadas).
Sabemos también que existen organizaciones con condiciones de trabajo que atentan contra la salud: inadecuada supervisión, acoso laboral, deficiencias en espacios físicos, tecnologías y herramientas de trabajo, sobrecarga de funciones, entre las más importantes.
Reducir la jornada laboral puede generar importantes mejoras en la salud mental. El aumento de horas de descanso y/o de tiempo destinado a labores personales, domésticas y familiares es un beneficio evidente. Igualmente lo es la disminución de la exposición a condiciones laborales que no sean óptimas, así como menor traslado en horas punta en las grandes ciudades en caso se modificaran horarios de ingreso o salida del trabajo.
El impacto positivo de reducir la jornada laboral dependerá de que los salarios no se vean afectados ni las condiciones laborales empeoradas. De lo contrario, mayor cantidad de personas buscarán fuentes adicionales de ingreso y/o sufrirán de una desmedida exigencia laboral para mantener resultados en menor cantidad de horas de trabajo.
Mejorar productividad es una transformación organizacional, por lo que hay que atender a las claves de tal transformación. No podemos subestimar, como tantas veces se ha hecho al dictarse normas legales, que muchas organizaciones chilenas carecen de avanzada experiencia en procesos de transformación. Los cargos directivos y los profesionales de gestión de personas, innovación y consultoría, deberán enfrentar una demanda por soluciones a este desafío. Algunas claves serán: crear capacidades para innovar participativamente, crear equipos diversos en implementación de soluciones, graduar y adaptar las nuevas ideas a las particularidades; en suma, cambiar inteligentemente formas de trabajo. No tendríamos alternativa a la innovación, pues no es sostenible reducir la jornada laboral sin lograr, al menos, los mismos resultados obtenidos en la jornada actual.
Como siempre ocurre en sistemas complejos, nuestro sistema laboral experimentará esa transformación con un número muy elevado de variaciones en tiempo, forma y resultados. ¿Qué implica esa variabilidad? Fundamentalmente que a mayor búsqueda de homogeneidad por parte de la ley en las adaptaciones necesarias en las organizaciones, mayor resistencia habrá en ellas a esas normas homogéneas. Los procesos de trabajo se impactan de diferente manera según el grado de presencialidad requerido, la intensividad del uso de tecnología o mano de obra y la forma de interacción con los clientes o usuarios. No hay alternativa: debe existir gradualidad, tolerancia a variaciones, ajustes en plazos si iniciamos ese camino.
Pero quizás el mayor desafío es que estas adaptaciones en las organizaciones requieren un alto nivel de confianza entre los actores. ¿Tenemos esa confianza? Este no es un activo abundante. En años recientes, especialmente en organizaciones chilenas de mayor tamaño, se han incorporado sistemas y prácticas participativas que estimulan la innovación y el liderazgo responsable. También ambientes de mayor seguridad psicológica. Sin embargo, persisten conductas y valores largamente aprendidos que tensionan la relación al interior de equipos de trabajo y entre éstos y sus directivos.
Nada de lo indicado es un límite infranqueable a cambios en nuestras organizaciones o en la jornada laboral. Lo importante es abordarlos con la seriedad y realismo que permiten múltiples perspectivas de análisis.