Terremoto educacional, la otra cara de la moneda
Recientemente, el Ministerio de Educación junto a la Agencia de Calidad de la Educación publicaron los resultados del Diagnóstico Integral de Aprendizajes (DIA), sobre el nivel académico y el estado emocional de los alumnos tras un año de educación a distancia. «Terremoto educacional», «alarmantes» y «preocupantes» son algunos de los conceptos utilizados por las autoridades para referirse a las cifras alcanzadas en esta medición realizada a 7.000 colegios, alrededor de 1,8 millones de estudiantes, lo que representa una participación de 81%.
Entre los principales indicadores preocupa que entre sexto básico y cuarto medio los estudiantes no alcanzaron el 60% de los contenidos necesarios en lenguaje y no superaron el 47% en matemática del currículum priorizado. Los porcentajes bajan aún más si nos enfocamos por nivel socioeconómico, donde en segundo medio estudiantes de sectores vulnerables aprendieron solo 24% de la materia que debían adquirir en matemática.
Hasta aquí todo es tragedia, pero los invito a ver por un momento la otra cara de la moneda.
Reducir las asimetrías educativas generadas por la pandemia, que se suman a los bajos niveles que venimos arrastrando hace años, implica buscar nuevas formas de enseñar y trabajar el currículum en la sala de clases. Nos demanda más que nunca, plantear estrategias innovadoras que nos permitan abarcar las necesidades de todos los estudiantes de un curso, quienes a causa de la educación a distancia y en algunos casos del bajo contacto con la escuela, tienen diferentes logros de los objetivos de aprendizaje en el plano cognitivo y socioemocional.
Los resultados de aprendizaje comentados interpelan a la escuela como nunca, a pensar nuevas formas de organizar el proceso de enseñanza-aprendizaje, como por ejemplo, implementar trayectorias formativas diferenciadas; organización de cursos tipo multigrado, donde se agrupan alumnos de primero y segundo básico, o tercero y cuarto, en algunas horas del día para aprender juntos; reunir niños de escuelas vecinas con necesidades parecidas y realizar un trabajo virtual o presencial con ellos; organizar el trabajo por «salas de asignaturas», donde los estudiantes asisten según sus necesidades de aprendizaje, rompiendo el tradicional grupo curso fijo, además de buscar la posibilidad de realizar tutorías online y presenciales para todos los niños que lo requieran.
Mirar la otra cara de la moneda e implentar los cambios no es una tarea sólo de la escuela y los profesores, la sociedad en su conjunto y desde luego los candidatos a la Presidencia de la República debieran levantar esta prioridad, pues no habrá buen futuro para Chile sin una escuela donde todos los niños y niñas aprendan y se preparen para vivir en un mundo cambiante, desafiante e impredecible.