¿INCERTIDUMBRE O TEMOR?
Un profesor en la Escuela de Ingeniería nos decía que los únicos negocios seguros eran los monopolios no regulados, pero que quedaban pocos, y eso fue hace 40 años. Lo que llamamos “incertidumbre” (falta de seguridad o certeza sobre algo) es una característica inherente al emprendimiento. Es natural que cuando las certezas sobre las cuales hemos concebido nuestro negocio se debilitan o diluyen, sintamos inquietud.
La búsqueda de certezas que acoten el espacio de lo desconocido ha tenido diferentes expresiones durante la evolución de los sapiens: desde el chamán que interpreta los deseos de los ancestros hasta las monarquías religiosas. En la revolución industrial, la ciencia logra instalarse como el referente de “lo cierto”, desplazando a las religiones al espacio de lo espiritual.
Aprendimos a emprender y gestionar en ese marco de certezas, y nuestro principal desafío de hoy no consiste en definir uno nuevo —pues si algo caracteriza a la era de la cognición es la relativización de las certezas—, sino adaptarnos para vivir en un ambiente más incierto. Dejando ir las certezas nos abrimos hacia paradigmas habilitantes de nuevas posibilidades en un contexto ágil, volátil e indeterminado. Sin este cambio, que debe ocurrir en nuestro interior, la “incertidumbre” será un estado vivenciado como desorientación, temor y ansiedad. Si en cambio, asumimos la incertidumbre como una liberación de las certezas que nos limitan e inhiben, nos desprenderemos de los paradigmas encadenantes que nos aferran al “siempre lo hemos hecho de este modo”, tan disfuncional a la innovación. “La posibilidad de innovar siempre está ahí, si uno está dispuesto a reflexionar, a soltar la certidumbre”, nos dice Humberto Maturana.
Estamos formados en el progreso lineal gestionando cambios incrementales, pero no estamos preparados para asimilar saltos cuánticos de indeterminación que en la mayor parte de los casos proviene desde fuera de nuestro ámbito industrial o de negocios, como ocurre con la disrupción social y la disrupción biológica. Aflora entonces el temor, en tanto mecanismo evolutivo de alerta, ante un entorno que percibimos amenazante. Temor a lo desconocido, a no saber actuar ante una complejidad que nos desborda, miedo a que sucedan cosas que vislumbramos a priori como peligrosas, ansiedad paralizante. Debemos lograr salir de esa emoción, buscando racionalizarla.
Una forma de hacerlo es construyendo escenarios de futuro mediante análisis prospectivo, ya no basado en tendencias ni buscando nuevas certezas, sino modelando las opciones posibles que se abren y asumiendo que deberemos ajustar la estrategia cuando el devenir evidencie la dirección del cambio. Pero eso da para otra columna.