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UDD en la Prensa

El sistema escolar debe ser prioridad nacional

El impacto de la crisis del covid-19 en la educación no tiene precedentes. A un mes y medio del comienzo de un nuevo año escolar, la mayoría de las instituciones educativas de nuestro país se ven nuevamente obligadas a migrar al sistema de educación a distancia, aumentando el efecto negativo en los resultados de aprendizaje y generando mayor exclusión y desigualdad.

De acuerdo a cifras del Ministerio de Educación, durante el año 2020 casi 40 mil niños y jóvenes quedaron fuera del sistema escolar, y la escolaridad ajustada según aprendizaje en Chile tendrá un retroceso de 1,3 años.

En el área socioemocional, un estudio de Acción Educar arrojó que producto del cierre de los establecimientos, estudiantes de diversas edades indicaron estar experimentando emociones negativas, llegando a niveles preocupantes en III y IV Medio, donde un 73% reporta emociones que los expertos asocian a una sintomatología depresiva. Estas cifras demuestran la tragedia que estamos viviendo, sobre todo considerando los efectos que tendrá este segundo período de educación a distancia.

Frente a este escenario, el Gobierno presentó el Plan Nacional “Chile Recupera y Aprende”, con propuestas que se enfocan en la recuperación y nivelación del aprendizaje, el bienestar socioemocional y la reinserción escolar, las que sin lugar a dudas requieren de una gran inversión de recursos, económicos y humanos.

Junto a la Agencia de la Calidad de la Educación se creó el programa de Diagnóstico Integral de Aprendizajes, que busca apoyar a los establecimientos en la evaluación de los aprendizajes socioemocionales de los estudiantes que son fundamentales para su desarrollo personal, y de los aprendizajes en lectura y matemática; este es voluntario y aunque lo han aplicado más de 400 mil estudiantes, la autoselección y la ausencia de datos de otras evaluaciones censales durante este período permiten adelantar que podemos encontrarnos con una realidad más dura de lo que estimamos con los datos que hoy tenemos.

La reducción de las asimetrías educativas generadas por esta catástrofe implicará horas de trabajo, energía y saberes muy especializados. Ahora el desafío será realmente mayor: en un mismo curso habrá estudiantes con muy diferentes logros de los objetivos de aprendizaje del currículum priorizado, lo que significará desplegar innovaciones curriculares, tales como crear trayectorias formativas diferenciadas individuales o por pequeños grupos; organizar cursos tipo multigrado, donde se reúnen alumnos de primero y segundo básico, o tercero y cuarto, en algunas horas del día para aprender juntos; reunir niños de escuelas vecinas con necesidades parecidas y realizar un trabajo virtual o presencial con ellos.

Se podrá organizar el trabajo por “salas de asignaturas”, donde los niños y niñas asisten según sus necesidades de aprendizaje, rompiendo el tradicional grupo curso fijo y, desde luego, será indispensable mantener la disponibilidad de tutorías online y presenciales para todos los y las estudiantes. Habrá que aprovechar todas las oportunidades para aprender y organizar una escuela de esta manera; será una revolución que requerirá una gestión compleja, expertise curricular y didáctica, alta flexibilidad, apertura a la innovación y condiciones de trabajo que no signifiquen burnout para los profesores.

Este desafío requerirá muchos recursos que son indispensables de asignar al nivel escolar, pues este es ahora prioridad. Las universidades tenemos muchas necesidades, pero nada se puede comparar con la magnitud de las necesidades y carencias del sistema escolar.

Estamos frente a una oportunidad histórica y podemos aprovechar de hacer una educación distinta y mejor que antes, eso no se hace con los mismos recursos de siempre.