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UDD en la Prensa

El agua, la ventana y el suelo: el valor de la política pública

 Miguel Nazar Daccarett
Miguel Nazar Daccarett Director carrera Arquitectura - sede Concepción

En 1854 John Snow, denominado el padre de la epidemiología moderna, descubrió en Inglaterra cómo se estaba transmitiendo el cólera, enfermedad que durante gran parte del siglo XIX se propagó por Europa generando una gran cantidad de muertes.

En un brote en Londres, en donde fallecieron más de 600 personas en 10 días, Snow descubrió que el origen estaba en una bomba pública de agua. El agua que almacenaba esta bomba había sido contaminada con materia fecal, y al ser consumida provocaba esta mortal enfermedad.

A partir de este descubrimiento se desarrolló un avance en políticas públicas, estableciendo como prioridad el agua potable. Se realizaron nuevos sistemas de redes de alcantarillado y se abordaron avances en la infraestructura de las principales ciudades europeas.

En Santiago, durante el siglo XIX e inicios del XX, se construyeron “los cuartos redondos”, una tipología de vivienda obrera popular imperante en esta ciudad. Era una sola habitación, oscura, sin luz natural, ni aire ni ventilación para una familia completa, sin baño ni cocina. Otra tipología común era la de los “conventillos”, que eran una secuencia de “cuartos redondos” que se ubicaban en torno a un pequeño patio.

En 1843 se establece una ordenanza que indica que ninguna habitación puede dejar de tener una ventana. En 1899 se instaura el “reglamento de conventillos”, que define una serie de reglas para esta tipología, relacionadas con temas de salubridad. Sin embargo, no fue hasta 1925 que, con una participación basal del Estado, se logra tener un avance significativo sobre política habitacional en Chile. Esto se debió puntualmente al Decreto Ley 308, que creó el Consejo Superior de Bienestar Social.

En Chile, recientemente fue anunciado por el Ministerio de Vivienda y Urbanismo la creación de un “banco de suelo”. Esta política de desarrollo garantiza la buena localización de terrenos estatales y con valores que pueden ser mucho más accesibles para ser habitados.

Este hecho es un punto de partida para generar, en un futuro próximo, vivienda social en lugares centrales de la ciudad a las que se podría acceder a través de subsidios y, a mediano plazo, ojalá avanzar al desarrollo de equipamientos en zonas vulnerables, obteniendo una regeneración urbana en barrios deteriorados.

De alguna manera, esta política es un ejemplo, traducido a nuestra realidad, para aproximarse a la integración socioespacial entre la vivienda y equipamientos en distancias acotadas que, ciertamente, podría también generar empleos en zonas periféricas, como acceso a viviendas con valores justos en zonas céntricas.

Estos tres hechos, distanciados en el tiempo, representan cambios importantes en el desarrollo de nuestras ciudades. El agua potable, la ventana y el suelo son derechos básicos que poco a poco se han ido ganando. Algunos surgen de crisis sanitarias y, otros, de precarias condiciones sociales. Hoy en Chile nos enfrentamos a ambas. Casi 500.000 hogares no cuentan con agua potable y hay un déficit habitacional cuantitativo de más de 350.000 viviendas. A su vez, lo expresado en el estallido social da cuenta de una falta de equidad urbana, y aparece con fuerza la necesaria integración socioespacial.

Enfrentamos grandes desafíos. Estamos en un punto de inflexión histórico, con un diagnóstico contundente y claro, y una nueva constitución ad portas, como aquel instrumento que nos dará el marco de acción futura.

La ciudad, la vivienda y los servicios construyen el soporte desde donde habitamos cotidianamente, y una visión de ciudad debe ser traducida a las políticas que darán cuerpo y sustento a esta visión.

Debemos estar, sin reparos ni temores, a la altura de lo que el estallido y la pandemia nos han puesto como desafío, para lograr realmente una mejor ciudad.

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