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UDD en la Prensa

Mirando más allá del Covid-19

 Hernán Cheyre
Hernán Cheyre Director del Centro de Investigación Empresa y Sociedad, CIES

Justificadamente, la preocupación de las últimas semanas ha estado centrada en los efectos del coronavirus en la economía mundial y en el impacto que ello puede acarrear para Chile. Ante un panorama global aún muy incierto, agravado por la disputa entre Arabia Saudita y Rusia por la producción de petróleo, las proyecciones de crecimiento para el mundo han sido ajustadas a la baja, y sería irreal pensar que la economía chilena no se va a ver afectada en esta ola.

Pero no hay que perder de vista que lo anterior ocurre en un contexto en que nuestra economía ya experimentó un retroceso significativo luego de los episodios del 18-0 -el Imacec registró caídas de 3,3% y 3,4% en los meses de octubre y noviembre, respectivamente-, y el nuevo marco originado a partir de ese momento motivó un fuerte ajuste en las proyecciones de crecimiento para este año, las cuales el mercado ha situado, a la fecha, en un promedio de 1,2%. Existió, en su momento, el temor de que se produjera una recesión técnica -dos trimestres consecutivos con crecimiento negativo-, y de que la mantención de un cuadro de alta incertidumbre sin un adecuado control del orden público pudiera agravar la situación, mutando así hacia una situación de estancamiento económico.

A pesar de que los flancos de incerteza siguen todos abiertos -la discusión constitucional abre un punto de interrogación que se mantendrá latente- y de que en materia de orden público hay problemas que no se han podido resolver, lo concreto es que las cifras de actividad económica de los últimos meses han estado por encima de lo que los analistas anticipaban. El aumento de 1,1% en el Imacec de diciembre pasado sorprendió a muchos, fenómeno que se volvió a manifestar en el primer mes de 2020 (1,5%), y las estimaciones para febrero apuntan a repetir esa cifra.

Esto ha dado pie a opiniones en el sentido de que la economía chilena estaría dando cuenta de una resiliencia importante, mostrando una fortaleza que supera lo que se esperaba. Pero estas cifras positivas, incluso en el caso de que se mantuvieran durante el resto del año -situación posible, pero poco probable, dado el cuadro actual- no deben llevar a caer en la complacencia de una “nueva normalidad” en materia de crecimiento, y menos aún cuando la mayor parte de los nuevos empleos que se están generando corresponde a trabajadores por cuenta propia.

Al margen de los ajustes que eventualmente habrá que incorporar en las proyecciones a raíz del coronavirus, no hay que sobreponderar el significado de las cifras de actividad de los últimos meses, y menos aún conformarse con ellas. Un crecimiento de 1,5% es absolutamente insuficiente para una economía como la chilena, e incluso el máximo potencial vigente -de 2,5% o menos- está bastante por debajo de lo que necesitamos. Para abordar de buena forma los desafíos de fondo que el país debe resolver en cuanto a creación de puestos de trabajo y mejoramiento en las remuneraciones, así como para poder generar los recursos fiscales requeridos para enfrentar las necesidades de mayor gasto, mejorar la capacidad de crecimiento a por lo menos un 4% anual es una meta en la que no se debe claudicar.

Si no hay claridad ni convicción en que ése es el eje fundamental para avanzar hacia un desarrollo verdaderamente integral de Chile, no va a ser posible dar un nuevo salto, las expectativas se verán frustradas nuevamente, y va a ser muy difícil salir del pantano.

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