¿Cuándo vuelve la política?
La dialéctica oposición-gobierno es la peor forma de abordar los desafíos que enfrenta el país. Pero tampoco sirve renunciar a la política como medio de solución. No se pueden abordar los desafíos actuales sino desde las instituciones que tenemos; es decir, volver a la política.
Desafortunadamente, algunos elementos conspiran contra la posibilidad de un abordaje institucional. En primer lugar, la tensión entre comportamiento estratégico-táctico y el honesto-altruista. Para algunos la solución al problema es político estructural; vale decir, constitucional, y en consecuencia se debe avanzar en toda suerte de mecanismos en esa dirección, siendo por antonomasia los cabildos y asamblea constituyente. Pero eso es simplemente un modo de aceitar la maquina, ganar tiempo, y con una cuota de suerte lograr un efecto simbólico, o más bien dicho una epifanía (manifestación) de una nueva política que lo renueve todo, a la cual la ciudadanía adheriría sin contratiempo.
Sabemos que quienes están en la calle, o están en sus casas, demandan cuestiones menos abstractas: cuentas de luz, transporte público, salarios, respeto, pensiones, remedios baratos, etc. Todas demandas concretas que están detrás de una segunda posición que se contrapone a la primera.
Ambas posiciones se enfrentan políticamente y despliegan tácticas tendientes a imponerse. Así retrasan las señales que esperan los ciudadanos, y con ello confirman, cual profecía autocumplida, que la política y los políticos no tienen remedio. Ciertamente, combinarlas no es tarea fácil y requiere de un diálogo sincero.
Un segundo factor que conspira para el asentamiento institucional es la fragmentación. Ello lleva a algunos actores a buscar la intermediación de organizaciones a las cuales atribuyen cierta asepsia política. Todos sabemos, sin embargo, que sus dirigentes tienen color político y responden a las directivas partidarias. Es cierto, el problema es de todos, pero no se puede seguir creyendo que los ciudadanos son ciegos a estos hechos.
Otro elemento que conspira para romper la dialéctica de confrontación son aquellas propuestas que se alejan del contenido del problema. Por ejemplo, reinstaurar el voto obligatorio. No se entiende que si hay cerca de siete millones de no votantes, obligarlos a votar no hará que dejen de pensar que la política no resuelve sus problemas. ¿Qué sucederá cuando esos siete millones resuelvan no ir a votar?